domingo, 12 de abril de 2009

Folleto turístico

La Pardilla es un barrio entre paréntesis, un cruce de caminos, una incógnita en el mapa, y dos kilómetros de dudas. Es un espacio sin orden, tres horas que dormitan, un barreño vacío de fresca lógica, y un desierto de incongruencia infinita. Cumple de fallo hexadecimal, de ‘buffer overflow’, de ‘deadlock’, y de ‘error 404’. Son tres y cuatro calles asfaltadas, decenas de acequias petardistas, e incontables cercados de eléctrico “pajullo”.

Su paleta de estridentes amarillos golpea con las plantaciones de neveras jubiladas y de carrocería moribunda del barranco vecino. Malpaíses formados por electrodomésticos abandonados y columnas jónicas de tina y chapa. Allí aparcó un tractor, echó raíces, y creció. Su fauna brilla por su abundancia y su equilibrio: cuando no te ataca una rata, lo hace una falange de grillos.

El único paraje del planeta que hace esquina; te sirven tiburón si pides pizza. Un enorme y singular salón donde los “pardillos” hacemos vida. Conocido por los eternos duelos de cortaúñas, y la caza nobiliaria con porexpán. Las mesitas de noche vuelan sobre nuestras cabezas a su libre albedrío tras el agigantado y estruendoso crujido de los voladores hormonados e ilegales que vende todo comercio de verduras sazonadas con mixto.

Sus parques y plazas son como un domingo que no se acaba, asfixiados en un pozo de pipas saladas. Son presos de un profundo tedio; y mártires por su condición de zona infantil de recreo en una manzana ocupada por anacoretas y viejos. Rodeados por una tenue atmósfera gris que por temporadas te acoge, y por otras te encoge. Íntimos, mudos, llorones, resignados. Afligidos pero anestesiados. Baúles amnésicos de recuerdos. Ambiguos, difuminados, y tantas veces abstractos; forman un cuadro familiar y lejano.

Arrabal que en su marcada idiosincrasia le medraron alas y nadó; sembró sus extremidades y voló; le crecieron aletas y… floreció.


Mantequilla

jueves, 9 de abril de 2009

Abriles juevosos domingueros

Si existiese un puente que conectase la imagen de una chica de respuestas indolentes con la estampa de un mal despertar, sería el mes de Abril. Tan pétreo y a la vez tan húmedo, tan apático como silencioso. Efectivamente, como un sosiego mórbido, una calma que aguijonea y embrutece. Y ayudándose de su parsimonia desquiciante, resulta difícil detenerse a saborear el café de diario, y la ducha de las tardes a las ocho. Provocando que la taza sepa a agua de grifo, minutos antes de regar la tina de cafeína con las sacudidas de un teléfono que se precipita violentamente contra la cerámica fría.

A su vez, si me creen cuando les escribo y perjuro que el domingo es el primo-hermano deforme de los sábados y que el lunes es el bicho Gruñón de los siete enanitos, podremos aceptar que los jueves son los domingos de entre semana, y los jueves de Abril son como los lunes, pero más lunes que los propios lunes. Son pastosos y antipáticos. Sádicos como el guardian que escupe los barrotes de una celda oscura. Fechas abotagadas y cercanas al vómito. Así ha sido el jueves 9 que nos ha abandonado una vez más, para seguir flotando en descomposición sobre un charco. Esperando su desdichado regreso.

Y como no le haríamos asco a los caramelos de fresa, aún a sabiendas de que los de limón tienen mejor sabor, tampoco rechazaremos este viernes que empieza. Pues aún oliendo fuertemente a Abril, es igualmente viernes. Disfruten como puedan de este mes, y resguárdense de los llantos de los jueves. Tómense el café sin azúcar, y dúchense con agua tibia. Aprovechen el tiempo, y léannos poquito.

Mantequilla

Me cagaron

Antes que nada, anunciarles la bienvenida a un blog sin demasiado futuro. Perdimos los bombos y los platillos, y la corte del condecorado erzherzog de La Pardilla nos negó la hilera de trompetistas y juglares para festejar esta humilde y cochambrosa inauguración. Así bastará despejar el musgo achiclado de entre las líneas, y leernos con una nariz prieta y un estómago de acero. Pues ni de servicio de limpieza gozamos. ¡Amén del mantenimiento! Cúbranse la cabeza, no vaya a desplomarse una junta de párrafos desatornillados.

Les garantizamos horas y horas de textos erráticos y alguno que otro profético, sin intención. Entradas sin ningún propósito, y vacías de contenido. Si nos sirviéramos de ellas en una casa de empeño, no nos daría ni para caramelos. Así les advierto que más que un noticiero se darán de bruces con una conversación entre camellos. Pues no les queremos engañar, y que después nos pellizque el remordimiento.

Regresando allá donde se perdió el título que encabeza este mensaje de olor a pies, me cagaron. Como una sorna del destino, o como una deuda del azar, me tiñeron de un blanco atrevido. Bastó bajar a por basura y tomar el camino que se tercia con dos cubos custodiados por las moscas, para que dieran orden de abrir fuego. En este caso, por aire y en grupos de dos. Aún dudo de la intención. Jamás sabré si fue por accidente, o con dolencia. La cuestión es que dos gaviotas me empaparon con su jugo un jueves cualquiera cuando acabó la tarde.

Mis dilemas. ¿Gaviotas de intestinos sensibles en La Pardilla? ¿Por qué hacen de vientre en camadería... y por qué en la misma taza? O lo que es lo mismo, ¿por qué encima de mí? Un terror se cierne en este apasible barrio teldense. Y no huele bien. Les mantendremos informados.


Sin el consentimiento del staff,
Mantequilla