Antes que nada, anunciarles la bienvenida a un blog sin demasiado futuro. Perdimos los bombos y los platillos, y la corte del condecorado erzherzog de La Pardilla nos negó la hilera de trompetistas y juglares para festejar esta humilde y cochambrosa inauguración. Así bastará despejar el musgo achiclado de entre las líneas, y leernos con una nariz prieta y un estómago de acero. Pues ni de servicio de limpieza gozamos. ¡Amén del mantenimiento! Cúbranse la cabeza, no vaya a desplomarse una junta de párrafos desatornillados.
Les garantizamos horas y horas de textos erráticos y alguno que otro profético, sin intención. Entradas sin ningún propósito, y vacías de contenido. Si nos sirviéramos de ellas en una casa de empeño, no nos daría ni para caramelos. Así les advierto que más que un noticiero se darán de bruces con una conversación entre camellos. Pues no les queremos engañar, y que después nos pellizque el remordimiento.
Regresando allá donde se perdió el título que encabeza este mensaje de olor a pies, me cagaron. Como una sorna del destino, o como una deuda del azar, me tiñeron de un blanco atrevido. Bastó bajar a por basura y tomar el camino que se tercia con dos cubos custodiados por las moscas, para que dieran orden de abrir fuego. En este caso, por aire y en grupos de dos. Aún dudo de la intención. Jamás sabré si fue por accidente, o con dolencia. La cuestión es que dos gaviotas me empaparon con su jugo un jueves cualquiera cuando acabó la tarde.
Mis dilemas. ¿Gaviotas de intestinos sensibles en La Pardilla? ¿Por qué hacen de vientre en camadería... y por qué en la misma taza? O lo que es lo mismo, ¿por qué encima de mí? Un terror se cierne en este apasible barrio teldense. Y no huele bien. Les mantendremos informados.
Les garantizamos horas y horas de textos erráticos y alguno que otro profético, sin intención. Entradas sin ningún propósito, y vacías de contenido. Si nos sirviéramos de ellas en una casa de empeño, no nos daría ni para caramelos. Así les advierto que más que un noticiero se darán de bruces con una conversación entre camellos. Pues no les queremos engañar, y que después nos pellizque el remordimiento.
Regresando allá donde se perdió el título que encabeza este mensaje de olor a pies, me cagaron. Como una sorna del destino, o como una deuda del azar, me tiñeron de un blanco atrevido. Bastó bajar a por basura y tomar el camino que se tercia con dos cubos custodiados por las moscas, para que dieran orden de abrir fuego. En este caso, por aire y en grupos de dos. Aún dudo de la intención. Jamás sabré si fue por accidente, o con dolencia. La cuestión es que dos gaviotas me empaparon con su jugo un jueves cualquiera cuando acabó la tarde.
Mis dilemas. ¿Gaviotas de intestinos sensibles en La Pardilla? ¿Por qué hacen de vientre en camadería... y por qué en la misma taza? O lo que es lo mismo, ¿por qué encima de mí? Un terror se cierne en este apasible barrio teldense. Y no huele bien. Les mantendremos informados.
Sin el consentimiento del staff,
Mantequilla
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